Dime como te llamas, y te diré qué edad tienes, al menos en los años 70s durante mi estancia en la escuela primaria Quetzlcoatl y la secundaria 82, lapso en donde tan maravillosamente receptivos fueron nuestros padres a influencias extranjerizantes al poner nombres a los niños y niñas (“los chiquillos y las chiquillas” diría Fox).
¿Eres Agustina, Soledad o Ángela? Casi estoy seguro que perteneces a una época ya histórica o lo fuiste con padres muy conservadores. ¿Te llamas Fe, Esperanza o Caridad? Eres más reciente, pero casi tan pasada de época y de moda como las virtudes que ostentan o portan estos nombres. Quizá estos nombres pertenezcan a épocas muy remotas, prófugas del Siglo XIX y como reza el dicho: El diente miente, la cana engaña, la arruga desengaña y el pelo en la oreja ni duda deja…y si lo hay en la nariz, más que meretriz.
¿Elsa, Hortensia, Josefina, Leonor o Alicia? ¿Emilio, Teodoro, Alfonso o Carlos? No serán tal vez muy jóvenes, pero tampoco son unos ancianos. Si tu eres Landy, Silvia, Flor, Laura, Enrique, Alberto o Eduardo, lo más probable es que pertenezcas a las señoras y señores que comienzan a ser “desertor del tinte de pelo”, que comienzan la era moderna en los nombres y que en unos cuantos años –no muchos- comenzarían a producir cantidades descomunales de Marissas, Annabelles, Betys, Reinas, Gennis, Horacios y Edoardos, hasta llegar a acuñar los nombres compuestos de telenovelas como José Edoardo Gilberto. ¿A dónde vas Raúl-Guillermo-Ignacio?-rezaba la voz lacónica o increpante de los padres-, en otras ocasiones se escuchaba: Amalia Marie Cristine, ¿Qué haz hecho? ¿te haz atrevido a sacar tan sólo 9.9 en tus calificaciones? ¿No te da vergüenza?, la hija de mi amiga Eduviges Sherezada Cuitlhuac logró una nota de 9.95 ¿Y tu me llegas con un humillante 9.90? ¿Cuántas veces te he repetido que eso de estar todo el día en el face te está volviendo una completa idiota? ¿Qué ganas con saber de códigos binarios y esas necedades de la teoría cuántica? Esas son cosas de varones…
Todos estos nombres que ha su vez irían bien pronto a crear retoños (as) con nombres más modernos todavía, como Iliana, Grisel, Ginna, Heidy, Brenda, Cinthia, Mariel, Aniv de la Rev (padres muy patronímicos), Matías, Robertiño y además, que en su turno propiciarían una escalada precipitosa hacia las ondas sonoras y esotéricas de Yelmi, Nefis, Alfa (y uno de estos días Omega) Ashantly, Mishainte, Damara, Martellato, Osamo, Eumir Et Al, hasta las más modernas, sonorísimas y exóticas pre-actuales de Estivaliz, Yahijaira, Lusiana, Maniré (pobre niña), Grettel Danae, Goncalo, Darwin, Agamenón (nombre escogido en una gira etílica).
Lo que horroriza es: ¿Hacía dónde vamos a partir de esto? ¿Hasta qué extremo tratarán los padres de hacer que su hija o hijo destaque en el mundo y sean distintos de los demás? Lo curioso es que no sucede igual, o no al menos no tanto con los niños ¿Se han dado cuenta de ello? Aparentemente (por más que a las feministas les sorprenda o caiga mal esto) los padres parecen suponer al varón más posibilidades de sobresalir por mérito propio y no necesitar la ayuda de un nombre grandilocuente y extraño. ¡Pensar que hace unos años nació en México una criatura (niña o niño, no lo sé, porque hasta aquí ya nos llego el unisexo) a quién condenaron a llevar por nombre Kephren Arody!
Nombres los hubo también haciendo un homenaje a las figuras del deporte: ¿Cuántas Nadias nacieron después de las proezas de la Nadia Comaneci en los juegos olímpicos? ¿Cuántos Edsóns después de las hazañas Pelé en el fútbol? ¿Cuántos Rubénes después del boxeador Rubén “El Púas Olivares”? ¿Cuántos Diegos o Ronaldinhos después de cada mundial? Incontables. Al calor de las chelas y la botana, los papás “ejecutaron”, fusilaron y aniquilaron a sus vástagos con esos nombres impuestos con premeditación, alevosía y ventaja.
También los hubo derivados de las estrellas de la época: Yesenia (telenovela), Richard (Claydermann), Enrique Marcelo, Jacobo Lenin, etc., Recuerdo alguno que se llamaba Tomatito Guadalupe, quién años más tarde, escaló grados en la masonería. Sin embargo, todos los 12 de diciembre, los niños le cantaban a su ventana: La Guadalupana, la Guadalupana…lo cual ocasionaba que éste amigo perdiera los estribos, por el miedo enorme que algún compañero suyo, escuchara esta debilidad o pecado de pila.
Creo que igualmente, se podría decir que en los happy days, (años 70s y 80s) por un fenómeno sociológico en nuestro medio, digno de mejor estudio, los padres trataban (y siguen tratando) de remontar la clase social a través del nombre de pila (o acumulador). “Dime cómo te llamas, y te diré de qué clase social eres”. Porque parece haber una relación directa muy marcada entre lo raro del nombre y lo autóctono o común del apellido, en la que éste trata de remontar por todos los medios posibles a las altas esferas del refinamiento social (la High-Life), pero equivocando el camino y señalando justamente lo que ambicionaba evitar o sortear. Y es que casi todos los nombres extraños tienen apellidos o apelativos comunes.
Ya desde antaño sabemos del gusto mexicano, en nuestra gente del pueblo, por los nombres largos y sonoros, pero estos siempre tenían un aire o estilo de pertenecer a nuestra lengua castiza, como Marcelina, Eulogia, Tranquilina, etc., en tanto que los de ahora son perversiones, adaptaciones más o menos desafortunadas de los nombres extranjeros que redundan en las caprichosas sonoridades (discurso de teporochos) de Scherezada Pérez, Gridley Yidiana Xólotl y Dianela Lissette Citlaltzin.
Si es tu eres amigo de las emociones fuertes y deportes extremos, te recomiendo la lectura de la sección de nacimientos en los libros del Registro Civil, acércate a un padre o sacerdote y te prometo y aseguro una lectura apasionante, sin tapujos, sólo para gente muy arrojada. Mención aparte merecen los jueces del registro civil, pues al registrar a niños con estos “motes” o nombres, posiblemente necesiten de los servicios de algún traductor, o que el interesado los dicte letra por letra o al menos los descifre o escriba y, sin faltar a la verdad, imagino que muchos de ellos necesitarán un remanso de mucha calma o un lugar aparte y solitario para poder ir a carcajearse de los desatinos de nuestros gustos, un sitio blindado y con baño para desechar toda la contención.
Me pregunto: ¿Son nuestros hijos o nuestros enemigos? ¿Queremos vengarnos de alguien? Cada quien es libre de hacer lo que quiera en la pila bautismal o en el registro civil, sin embargo, las autoridades deberían de poner límites a toda la imaginación o degeneración de la que hacemos gala. Con algunas medidas y normas más severas, evitaremos esos ataques de risa incontenible de los que he sido testigo en las colas del IFE o los pases de lista, al tiempo que veremos menos gente sonrojada por todo lo que tienen que llevar a cuestas por una noche o día al calor del alcohol. ¿Habrá alguna otra medida o recomendación? No lo sé.
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