Yucatán, no ha dejado de
buscar las condiciones adecuadas para logar el desarrollo infantil a través del
arte y las tendencias estéticas contemporáneas en todos los ámbitos que ello
implica: la música contemporánea, el teatro, la danza, las plásticas, etc.,
desde sus pasos multidisciplinarios, interdisciplinarios hasta la consecución
de una intradisciplina en todas sus áreas.
Dentro del Centro de
Música José Jacinto Cuevas (CEMUS), tenemos a el Centro de Iniciación Musical
Infantil (CIMI), el cual ha buscado afanosamente una especialización en las
tendencias multimedia y en los nuevos caminos de la música electroacústica,
electrónica y multitímbrica a través de la creación y diseño de nuevas aplicaciones
o novedosos programas, los cuales, han contribuido en gran medida para
disminuir la brecha cualitativa y sustantiva, con el quehacer musical infantil
de otros países de primer mundo.
La constante actividad del
CIMI-CEMUS, a propiciado la necesidad de crear nuevas propuestas curatoriales –musicalmente
hablando- en sus programas para que integren la mayor parte de las tendencias
artísticas, son propuestas que han sumado desde el arte tradicional, hasta el
conceptual, sin dejar a un lado el movimiento Beat, la singularidad de los caminos jazzísticos infantiles o
juveniles con su metalenguaje, las muestras constantes de grupos infantiles y
juveniles con festivales como el de “José Rubio Milán”, o los constantes
“sitios” que sus músicos han ejercido en distintos foros o espacios; las
conexiones generacionales de la danza y ritmos antillanos, el ballet en su
conjunto orquesta-danza, música-espacio, hasta la explicación y ejemplificación
del simbolismo, transitando por las tendencias más descabelladas, que en suma, nunca
vulneran las tradiciones que dan partencia a los niños y jóvenes. Llegamos a
elaborar programas de mano bidimensionales, tridimensionales, arte-objeto, amén
de las máscaras que los niños ocupan para sus óperas, que son y fueron cosa de
todos los días (si Lecoq las viera, enmudecería). La plasticidad de la música ha
evolucionado a pasos vertiginosos en un lapso de tan sólo 10 años, apostando no
solamente por el stablishment, sino
creando toda una estructura que dota de legitimidad sus aportes a la cultura
contemporánea de nuestro Estado o, si se quiere observar desde un
caleidoscopio, la contracultura. Las artes musicales casi le han ganado la
batalla a las “caguamas o misiles”, las propuestas son frescas y con temas
cotidianos que van más allá de la lógica del adulto. Partiendo del minimalismo
o de motivos celulares, los niños que estudian música y la recrean, construyen
la puesta en escena de su futuro a partir de sus propios conocimientos y del
cómo perciben su tiempo.
Esta moción musical que hemos
llevado a hospitales, escuelas, universidades, municipios o espacios no
convencionales, nos confronta a diario, nos cuestiona sobre el cómo, el cuándo
y el por qué, no tenemos todos los elementos para mitigar el sufrimiento de los
niños, que de clase en clase atendemos con actividades diseñadas y rediseñadas con
el día a día, para acercarles el arte de la música en todas las formas
posibles; ¿Cómo los podemos ayudar? Quizá un poco de músico-terapia, dos toneles
de acordes, media cucharada de notas y una pizca de emoción, para encontrarse
después con que la magia áulica se quedo vacía, de que el genio de la infancia
se salió de la botella y ya no se puede regresar…y la frustración de saber que
las ganas y la risa no pudieron más que el padecimiento, la necesidad inmediata
de subsistencia y, el acatamiento subyugante que el hambre ejerce en sus
caritas pigmentadas por las huellas de la estrechez, y es que por desgracia, la
niñez se volvió blanco de casi todas levas que la miseria lleva a cabo.
Los niños con síndromes y capacidades
diferentes, se integraron en el CIMI-CEMUS en casi todas sus clases, quizá para
firmar el pacto que el futuro les depare, o que nosotros impongamos. ¿Acaso
hemos analizado que todo el sistema educativo se ha forjado desde nuestras
fortalezas? Llevan décadas en la SEP legislando “a favor de ellos”, pero sin
ellos ¡Qué ironía! Sin embargo, con la música intentamos integrarnos a cada uno
de ellos, con sus propias particularidades, lo cual nos hace parecer desde
lejos, un cuadro de puntillismo: uno niño apostado en la rampa, otros más por
acá, una mochila por allá, un grupito caminando de puntas por los pasillos y,
muchos espacios y salones con jóvenes o niños amotinados, luchando para
incorporarse en todas las disciplinas que la música pueda imantarles.
Tenemos músicos geniales –que
no cirqueros- (algunos los llamarían Child Challenger), nacidos para
dilapidarle a las musas hasta el último sonido. Es quizá, el semillero más
grande del país de los sonidos, porque a pesar de no contar con toda la
infraestructura, lo hacemos con amor, y es que aquí no cabe la sentencia “con
mucho amor”, amor lo engloba todo y, si le añadimos música, puede que el
sendero quede libre para que los niños sean “alguien”. De TODOS nosotros depende.
El mejor juguete de un niño es... otro niño -Rafael
Soriano