jueves, 15 de noviembre de 2012

¿La educación se ha mejorado o se tornó consumista?



En mis primeros años en la escuela jamás me exigieron o forzaron para adquirir o comprar los libros en la misma, nunca hubo una desavenencia, impedimento o problema porque fueran usados, un poco desgastados o serios candidatos de fogatas decembrinas.
Mas aun, en muchas ocasiones los libros que me escoltaron y acompañaron en toda la educación primaria o secundaria, tenían más bosquejos, croquis, apuntes, dibujos o garabatos que los brazos tatuados de un pandillero de la gran manzana, rebosados de tatuajes. En algunos de ellos ya se veían las marcas del tiempo sanadas con tanta cinta adhesiva, que lograba hacer que los libros se asemejarán a una momia en medio de una marcha zombie. En otros ejemplares, se caían los pedazos de su páginas cual confeti en fiesta infantil o huevos de feria. Tampoco me faltó el libro que tenía más hongos que una fuerte dosis de penicilina. También tuve libros con un tremendo parche de papel Kraft asido con resistol o cola en alguna de sus hojas.
A través de las hojas de mis libros, corrían ríos de muestras dactilares ajenas a las mías, mas muestras de saliva que en  un laboratorio del IMSS, circulaban más bacterias que las coleccionadas en un laboratorio de investigación.
Quizás muchas de sus páginas ya palpaban y resentían el paso de sus innumerables dueños y otro tanto de sus copiosos cambios de patrono.
Algunas de sus fachadas o portadas, ya habían sido objeto de no pocas intervenciones con el empastador, otra gran porción de sus hojas, ya eran serias candidatas de una intervención mayor con el empastador: las esquinas superiores ya estaban  más asimétricas que un periódico del Siglo XIX, con el paso del tiempo –el implacable- los años  habían hecho su trabajo para que su elegante simetría rectangular perdiera cada detalle; a través  de tantos años y dueños, sus páginas habían  perdido el marfil de su perfil.
No se bañaban y perfumaban con el singular olor de los libros recién comprados, pues les asaltó el mismo rumbo y sucesión de herencia que la ropa de los hermanos mas grandes a los mas chicos donaban.
Sin embargo, la vocación de los mentores de la 82, iba mas allá del mero mecanismo de nuevo ciclo-nuevo libro. No. Apostaban a otra cosa muy distinta: la tarea de transferir los contenidos de aquellos incunables a la reflexión y razonamiento del alumno. Nunca fui objeto de rechazo o burla por ello. Sin embargo, actualmente se avecina un oscuro horizonte para esa misma materia: casi por regla o canon todos los maestros exigen libros nuevos a los estudiantes. ¿Qué pretenden? ¿Uniformar las formas o privilegiar el fondo? ¿Qué es más importante? Si actualmente tocamos el tema de los uniformes será el mismo caso: todo nuevo. Entonces, la estrepitosa y mentada reforma educativa (así con minúscula) ¿Son formas o fondos? ¿No se ponen a pensar que los alumnos ya tienen otras herramientas y referentes para llegar mas lejos? (ellos tienen Google, nosotros nos graduamos sin él) Creo que nosotros, a pesar de haber vivido este lapso en una situación  limítrofe, nos salvamos de esa basura consumista.