lunes, 16 de marzo de 2015

“Ringo Starr and His Starr Band” en Mérida



“Ringo Starr and His Starr Band” en Mérida



Ringo Starr con sus casi 75 años a cuestas –en julio los cumple-, electrizó el Coliseo de Yucatán en su presentación del concierto titulado “Ringo Starr and His Starr Band”. El baterísta Steve Smith comentó que la popularidad de Starr «dio luz a un nuevo paradigma donde se comenzó a ver al batería como un participante más en el aspecto compositivo»* (Wikipedia)

El ex Beatle, acompañado de una banda de primer nivel, logró conquistar al público que se dio cita en el Coliseo. Sin embargo, la característica más sobresaliente y el elemento nuclear del concierto, fue sin duda el extraordinario halo que rodea al músico. Esta noche descubrimos la esencia del patrimonio musical de toda una época que rodea al ex Beatle. Es inimaginable un concierto de esta magnitud si uno no se encuentra ahí, inmerso en él. La vitalidad de la banda fue hizo notoria en todo momento. Tan sólo bastaron un par de segundos al inicio del concierto, en el preciso momento en que se iluminó el escenario sobre el ex baterista de los Beatles, para que los asistentes quedarán hechizados en la presencia de una leyenda viva de la música pop. Corearon bravos, hubieron gritos, saltos y las sonrisas cuando cantó el primer tema para en seguida dirigirse al instrumento que le diera fama: la batería. 

La atmósfera del inicio del concierto con el tema “Matchbox” de Carl Perkins, fue en crecida para continuar con “It Don’t Come Easy”, lo que dio pie a lo que sería un concierto para amotinar recuerdos. Inmediatamente después comenzó la primera rockeada, con una extraordinaria, creativa y colorida versión de I Saw the Light de Rundgren, el ritmo característico y dionisíaco de Evil Ways (una genialidad del tecladista Gregg Rolie), el ya universal Rosanna de Toto, donde Steve Lukather, sin duda alguna el number two de la banda, demostró porqué es quién dicen que es. Un guitarrista súper dotado, sólido o pirotécnico, según la ocasión lo amerite; después conectaron con Kyrie de Mr. Mister, claro, con Richard Page. Cuando el Coliseo se calentó, Ringo se acomodó en la bataca, y con el micrófono anunció una canción “que hacía en una banda en la que solía estar… Rory Storm and the Hurricanes”. Y entonces sonó Boys, y luego Don’t Pass Me By y todo se conviertió en un oasis de Beatles que culminó en la mencionada Yellow Submarine, el primer momento del show en el que uno realmente podía tomar conciencia de que estaba ante de los dos miembros vivos de la banda más importante de la historia. Hubo momentos en que el Coliseo se incendió literal y musicalmente, pero sobre todo aquel, cuando Ringo comenzó a entonar “Yellow Submarine”. El público ya muy prendido, coreó la archiconocida pieza que dio inicio al movimiento psicodélico. Ringo Starr, sabedor de su oficio y viejo lobo de mar en los escenarios, logró transmitir el júbilo y la vibra a sus fans que fueron preparados con globos amarillos, los cuales en un vaivén, iban al ritmo de la pieza.

Pero claro, Ringo tenía que descansar y la banda ofreció una versión incendiaria de Black Magic Woman en la que por única vez se permite improvisar, crear, recrear, ser libre. Un momento de transición con Honey Don’t y luego You Are Mine, un tema nuevo de Richard Page en plan soft rock; Africa de Toto; Oye como va de Tito Puente; Love is the Answer de Rundgren. Magistrales interpretaciones con un sonido exacto, pulcro, muy musical y súper prendido.

Como si fuera poco, la fórmula se repetía: I Wanna Be Your Man como entremés Beatle y más éxitos de los 80s., como Broken Wings y Hold The Line (de lo más cantado de la noche). Y por último el tandem Photograph (donde volvieron las sonrisas), Act Naturally y With a Little Help From My Friends, con una coda de Give Peace a Chance que sonaba mientras los presentes sostenían emocionados los dedos en V, las cámaras en mano para grabar los momentos en que Ringo se posaba en la cúpula del escenario. Ringo abandonó el escenario y la Pléyade de estrellas se quedó tocando hasta la elisión con la pieza de Lennon, “Give Peace A Chance”, lo que dio pie para que Ringo regresará a cantar unos compases más con el público.

En este concierto, Ringo estaba compartiendo escenario con uno de los guitarristas más sobresalientes del rock: Steve Lukather, quizá uno de los tres guitarristas más prolíficos de la música, ya que cuenta con más de 1500 participaciones en grabaciones con distintos artistas. En los solos de Steve, se sintió su característico e intenso estilo hard a cada instante. Cada vez que construía un solo, su desarrollo iba en subida hasta llegar al éxtasis en frases del más puro estilo growl. Las líneas de sus solos brillaron por su limpieza y amplio conocimiento del genero. Sin duda alguna, el ex guitarrista de Toto, sigue siendo uno de los músicos más intensos del rock.

El baterista con el que Ringo sostuvo la sección rítmica, fue Gregg Bissonette. Baterista sin igual que ha trabajado con jazzistas como Maynard Ferguson, rockeros como David Lee Roth, Joe Satriani, Steve Vai y otro tanto de estrellas del rock. Poseedor de una técnica envidiable y el respeto de sus compañeros, Gregg es sin duda un elemento fundamental en la banda de Ringo Starr. Su participación en el concierto no dejó lugar a dudas, es un monstruo en la batería cuando se lo propone, y como muestra de ello, sus solos fueron muy aplaudidos, pues en ellos, dejó entrever su pleno dominio del pop y latín jazz. Su sonido se puede definir como “macizo” y muy seguro. Su técnica, por momentos con los brazos arriba, reflejan su consumado dominio del jazz, y en otros momentos, da vuelo al “ponche” que le sobra en cada brazo, además de su meticulosa precisión rítmica y su buen gusto musical.

En los teclados estuvo Gregg Rolie, músico con una trayectoria sin igual, y fundador en 1965, de la Santana Blues Band, que más tarde quedó simplemente como Santana. Como miembro fundador de la banda de Carlos Santana, Rolie formó parte de la primera generación en la exitosa agrupación, incluyendo una aparición en el sonado Festival de Música y Arte de Woodstock en 1969, y varios papeles centrales en los álbumes de éxito de Santana. Él es quizás mejor conocido por ser el vocalista original, con su voz oscura de clásicos como Magic Woman, Oye Como Va, No One To Depend On y Evil Ways. También llegó a ser muy conocido y apreciado por su sonido único y revolucionario con el órgano Hammond B3, con los clásicos solos en muchos de los éxitos mencionados. Sin embargo, las diferencias persistentes con Carlos Santana en relación a la dirección musical de la banda liderada por el guitarrista, terminó por hacer que  Rolie dejara la banda a finales de 1971.

También estuvo presente en la banda el cantante y bajista Richard Page (Mr. Mister). Multi-instrumentista, solista vocal de un par de temas y músco muy experimentado y “corrido” en este tipo de conciertos. 

El derecho a la educación musical








El derecho a la educación musical de niños y jóvenes, debería de funcionar a través de una dinámica constante, lejos de las consabidas burocracias que aquejan a este país.
 Quizás la solución a ello, sea la búsqueda de un órgano visible que tenga un sistema administrativo quasi autónomo de orquestas y coros juveniles e infantiles. Debería de ser un programa absolutamente social que base sus fundamentos entre sociedad y Estado para sistematizar la instrucción-enseñanaza y la práctica en colectivo de la música a través de escuelas de música, orquestas, ensambles y coros como instrumentos de organización social, desarrollo comunitario e inclusión, de recomposición del tejido social que tanto nos preocupa. “Muchos niños y jóvenes, la mayoría de sectores excesivamente marginales, han sido rescatados de un futuro incierto a través de la música.” “La música les ha cambiado la vida” diría Abreu.

Me preocupa y ocupa, tal cual reza el refrán que hace referencia a la inocencia de la niñez y que dice: “El duende se salió de la botella y no haya como regresar…” Seguro que el arte, y en especial la música, podrían hacerle volver. Y comento esto porque a diario ya resulta un martirio leer periódicos, escuchar las noticias. En un elevado porcentaje están cargadas de notas rojas, de agresividad, de cosas que pareciera puedan forjar o establecer en la conducta de nuestros hijos, que las calamidades diarias son una “norma” de lo cotidiano, el establishment del absurdo, un asunto que anda por ahí, como si fuera parte de la vida.

¿Acaso no es momento ya de cambiar esas notas periodísticas? No sería mejor escuchar o leer en las noticias un cambio de palabras como por ejemplo: Escuela en lugar de cártel, melodía en vez de metralla, orquesta a diferencia de pandilla, violín en lugar de rifle? ¿Acaso con estrategia y método no podríamos lograr esos cambios de aquellos simples pero temibles sustantivos? ¡Claro que sí! Yes we can diría un slogan de campaña.

Por ello, todos los niños, “normales”, discapacitados, vulnerables, o los más pobres, deberían de tener el derecho a la educación musical. La maquinaria burocrática no tiene derecho de coartar este principio. El sistema métrico-sexenal debería de dar seguimiento a este derecho. Es un derecho que no esta sujeto a “negociación” alguna, pues la educación, no esta ni debe estar sujeta a caprichos o egos personales, repito, es un derecho irrenunciable, y, quizá hasta le pida a usted que repita conmigo: Derecho irrenunciable.

Por ello, surge la rebeldía ante el desequilibrio social que muchas veces se observa, que muchas veces se siente, lo cual deriva en concebir un proyecto para canalizar la experiencia y los conocimientos alcanzados por muchos maestros en el campo pedagógico y musical; muchas experiencias de padres que han tenido la vivencia de ver transformada la vida de sus hijos, de experimentar y sentir que sus hijos “ya son alguien”. Es la música, la educación musical la que se inserta en la formación de niños y jóvenes y produce grandes y sorprendentes cambios: mayor atención, compromiso, una esperanza que se vuelve imbatible, una responsabilidad a toda prueba y el respeto, lo que termina por disminuir los niveles de pobreza, analfabetismo, marginalidad y la constante exclusión de la población infantil y juvenil en los procesos de cambio, de contar con su palabra en la “gran mesa panel” que es este país. ¿Quiénes somos nosotros para negar esta posibilidad de transformación? Nadie, no tenemos derecho a ello.

La música transforma a niños y jóvenes, y ellos deben de tener esa oportunidad sin cortapisas. La educación y práctica musical se convierte en un poderoso instrumento que combate la exclusión social y la pobreza. Aunado a ello, el binomio padres e hijos, establecen una sólida estructura, que no se resquebraja tan fácil. Si a ello añadimos a los maestros, la ecuación hijo-maestro-padre, dará por resultado un cambio de patrones sociales a gran escala en poco tiempo.

En muchos países con proyectos de música o de artes establecidos en sitios o zonas marginales, se consiguen los mismos efectos: cambios en el comportamiento de niños y jóvenes, mejores perspectivas de desarrollo y de vida. Los líderes juveniles de sesgo negativo se transforman en jóvenes respetuosos de sus compañeros; ahora son atentos, disciplinados; asumen un rol positivo y todo ello repercute en el propio hogar y su entorno inmediato. Los padres ahora son los más decididos colaboradores de las escuelas de arte y de la educación de sus hijos. Ellos, en su mayoría, descubren que los niños tienen potencialidades e intereses que desconocían.

Más allá de los afanes de los maestros y de los padres de los niños, la sociedad debe apoyar y estimular los proyectos de enseñanza musical. En escuelas, centros, institutos o universidades, la música debe tener el papel que le corresponde: importante, preponderante, CENTRAL. Ya lo sabemos y no requiere demostración: la música es un factor de inclusión social, una dinámica que disipa pandillas y conflictos. Recordemos el concepto de Abreu: “la música, la educación musical de excelencia, en un derecho de todos los niños; sobre todo de los más pobres”.