lunes, 16 de marzo de 2015

El derecho a la educación musical








El derecho a la educación musical de niños y jóvenes, debería de funcionar a través de una dinámica constante, lejos de las consabidas burocracias que aquejan a este país.
 Quizás la solución a ello, sea la búsqueda de un órgano visible que tenga un sistema administrativo quasi autónomo de orquestas y coros juveniles e infantiles. Debería de ser un programa absolutamente social que base sus fundamentos entre sociedad y Estado para sistematizar la instrucción-enseñanaza y la práctica en colectivo de la música a través de escuelas de música, orquestas, ensambles y coros como instrumentos de organización social, desarrollo comunitario e inclusión, de recomposición del tejido social que tanto nos preocupa. “Muchos niños y jóvenes, la mayoría de sectores excesivamente marginales, han sido rescatados de un futuro incierto a través de la música.” “La música les ha cambiado la vida” diría Abreu.

Me preocupa y ocupa, tal cual reza el refrán que hace referencia a la inocencia de la niñez y que dice: “El duende se salió de la botella y no haya como regresar…” Seguro que el arte, y en especial la música, podrían hacerle volver. Y comento esto porque a diario ya resulta un martirio leer periódicos, escuchar las noticias. En un elevado porcentaje están cargadas de notas rojas, de agresividad, de cosas que pareciera puedan forjar o establecer en la conducta de nuestros hijos, que las calamidades diarias son una “norma” de lo cotidiano, el establishment del absurdo, un asunto que anda por ahí, como si fuera parte de la vida.

¿Acaso no es momento ya de cambiar esas notas periodísticas? No sería mejor escuchar o leer en las noticias un cambio de palabras como por ejemplo: Escuela en lugar de cártel, melodía en vez de metralla, orquesta a diferencia de pandilla, violín en lugar de rifle? ¿Acaso con estrategia y método no podríamos lograr esos cambios de aquellos simples pero temibles sustantivos? ¡Claro que sí! Yes we can diría un slogan de campaña.

Por ello, todos los niños, “normales”, discapacitados, vulnerables, o los más pobres, deberían de tener el derecho a la educación musical. La maquinaria burocrática no tiene derecho de coartar este principio. El sistema métrico-sexenal debería de dar seguimiento a este derecho. Es un derecho que no esta sujeto a “negociación” alguna, pues la educación, no esta ni debe estar sujeta a caprichos o egos personales, repito, es un derecho irrenunciable, y, quizá hasta le pida a usted que repita conmigo: Derecho irrenunciable.

Por ello, surge la rebeldía ante el desequilibrio social que muchas veces se observa, que muchas veces se siente, lo cual deriva en concebir un proyecto para canalizar la experiencia y los conocimientos alcanzados por muchos maestros en el campo pedagógico y musical; muchas experiencias de padres que han tenido la vivencia de ver transformada la vida de sus hijos, de experimentar y sentir que sus hijos “ya son alguien”. Es la música, la educación musical la que se inserta en la formación de niños y jóvenes y produce grandes y sorprendentes cambios: mayor atención, compromiso, una esperanza que se vuelve imbatible, una responsabilidad a toda prueba y el respeto, lo que termina por disminuir los niveles de pobreza, analfabetismo, marginalidad y la constante exclusión de la población infantil y juvenil en los procesos de cambio, de contar con su palabra en la “gran mesa panel” que es este país. ¿Quiénes somos nosotros para negar esta posibilidad de transformación? Nadie, no tenemos derecho a ello.

La música transforma a niños y jóvenes, y ellos deben de tener esa oportunidad sin cortapisas. La educación y práctica musical se convierte en un poderoso instrumento que combate la exclusión social y la pobreza. Aunado a ello, el binomio padres e hijos, establecen una sólida estructura, que no se resquebraja tan fácil. Si a ello añadimos a los maestros, la ecuación hijo-maestro-padre, dará por resultado un cambio de patrones sociales a gran escala en poco tiempo.

En muchos países con proyectos de música o de artes establecidos en sitios o zonas marginales, se consiguen los mismos efectos: cambios en el comportamiento de niños y jóvenes, mejores perspectivas de desarrollo y de vida. Los líderes juveniles de sesgo negativo se transforman en jóvenes respetuosos de sus compañeros; ahora son atentos, disciplinados; asumen un rol positivo y todo ello repercute en el propio hogar y su entorno inmediato. Los padres ahora son los más decididos colaboradores de las escuelas de arte y de la educación de sus hijos. Ellos, en su mayoría, descubren que los niños tienen potencialidades e intereses que desconocían.

Más allá de los afanes de los maestros y de los padres de los niños, la sociedad debe apoyar y estimular los proyectos de enseñanza musical. En escuelas, centros, institutos o universidades, la música debe tener el papel que le corresponde: importante, preponderante, CENTRAL. Ya lo sabemos y no requiere demostración: la música es un factor de inclusión social, una dinámica que disipa pandillas y conflictos. Recordemos el concepto de Abreu: “la música, la educación musical de excelencia, en un derecho de todos los niños; sobre todo de los más pobres”.

1 comentario:

  1. Excelente propuesta para crear pertenencia, sensibilidad y disciplina en los niños y jóvenes de todas las clases sociales y que mejor en las zonas marginales ofrecerles una oportunidad positiva que los aleje de los malos hábitos. Bien por esta publicación.

    ResponderEliminar