El derecho a la educación musical
de niños y jóvenes, debería de funcionar a través de una dinámica constante,
lejos de las consabidas burocracias que aquejan a este país.
Quizás la solución a ello, sea la búsqueda de un órgano
visible que tenga un sistema administrativo quasi autónomo de orquestas y coros
juveniles e infantiles. Debería de ser un programa absolutamente social que
base sus fundamentos entre sociedad y Estado para sistematizar la instrucción-enseñanaza
y la práctica en colectivo de la música a través de escuelas de música,
orquestas, ensambles y coros como instrumentos de organización social,
desarrollo comunitario e inclusión, de recomposición del tejido social que
tanto nos preocupa. “Muchos niños y
jóvenes, la mayoría de sectores excesivamente marginales, han sido rescatados
de un futuro incierto a través de la música.” “La música les ha cambiado la
vida” diría Abreu.
Me preocupa y ocupa, tal cual
reza el refrán que hace referencia a la inocencia de la niñez y que dice: “El duende se salió de la botella y no haya
como regresar…” Seguro que el arte, y en especial la música, podrían
hacerle volver. Y comento esto porque a diario ya resulta un martirio leer
periódicos, escuchar las noticias. En un elevado porcentaje están cargadas de
notas rojas, de agresividad, de cosas que pareciera puedan forjar o establecer
en la conducta de nuestros hijos, que las calamidades diarias son una “norma”
de lo cotidiano, el establishment del
absurdo, un asunto que anda por ahí, como si fuera parte de la vida.
¿Acaso no es momento ya de
cambiar esas notas periodísticas? No sería mejor escuchar o leer en las
noticias un cambio de palabras como por ejemplo: Escuela en lugar de cártel,
melodía en vez de metralla, orquesta a diferencia de pandilla, violín en lugar
de rifle? ¿Acaso con estrategia y método no podríamos lograr esos cambios de
aquellos simples pero temibles sustantivos? ¡Claro que sí! Yes we can diría un slogan de campaña.
Por ello, todos los niños, “normales”,
discapacitados, vulnerables, o los más pobres, deberían de tener el derecho a
la educación musical. La maquinaria burocrática no tiene derecho de coartar
este principio. El sistema métrico-sexenal debería de dar seguimiento a este
derecho. Es un derecho que no esta sujeto a “negociación” alguna, pues la
educación, no esta ni debe estar sujeta a caprichos o egos personales, repito,
es un derecho irrenunciable, y, quizá hasta le pida a usted que repita conmigo:
Derecho irrenunciable.
Por ello, surge la rebeldía ante
el desequilibrio social que muchas veces se observa, que muchas veces se
siente, lo cual deriva en concebir un proyecto para canalizar la experiencia y
los conocimientos alcanzados por muchos maestros en el campo pedagógico y
musical; muchas experiencias de padres que han tenido la vivencia de ver
transformada la vida de sus hijos, de experimentar y sentir que sus hijos “ya
son alguien”. Es la música, la educación musical la que se inserta en la
formación de niños y jóvenes y produce grandes y sorprendentes cambios: mayor
atención, compromiso, una esperanza que se vuelve imbatible, una
responsabilidad a toda prueba y el respeto, lo que termina por disminuir los
niveles de pobreza, analfabetismo, marginalidad y la constante exclusión de la
población infantil y juvenil en los procesos de cambio, de contar con su
palabra en la “gran mesa panel” que es este país. ¿Quiénes somos nosotros para
negar esta posibilidad de transformación? Nadie, no tenemos derecho a ello.
La música transforma a niños y
jóvenes, y ellos deben de tener esa oportunidad sin cortapisas. La educación y
práctica musical se convierte en un poderoso instrumento que combate la
exclusión social y la pobreza. Aunado a ello, el binomio padres e hijos,
establecen una sólida estructura, que no se resquebraja tan fácil. Si a ello
añadimos a los maestros, la ecuación hijo-maestro-padre, dará por resultado un
cambio de patrones sociales a gran escala en poco tiempo.
En muchos países con proyectos de
música o de artes establecidos en sitios o zonas marginales, se consiguen los
mismos efectos: cambios en el comportamiento de niños y jóvenes, mejores
perspectivas de desarrollo y de vida. Los líderes juveniles de sesgo negativo
se transforman en jóvenes respetuosos de sus compañeros; ahora son atentos,
disciplinados; asumen un rol positivo y todo ello repercute en el propio hogar
y su entorno inmediato. Los padres ahora son los más decididos colaboradores de
las escuelas de arte y de la educación de sus hijos. Ellos, en su mayoría,
descubren que los niños tienen potencialidades e intereses que desconocían.
Más allá de los afanes de los
maestros y de los padres de los niños, la sociedad debe apoyar y estimular los
proyectos de enseñanza musical. En escuelas, centros, institutos o
universidades, la música debe tener el papel que le corresponde: importante,
preponderante, CENTRAL. Ya lo sabemos y no requiere demostración: la música es
un factor de inclusión social, una dinámica que disipa pandillas y conflictos.
Recordemos el concepto de Abreu: “la
música, la educación musical de excelencia, en un derecho de todos los niños;
sobre todo de los más pobres”.
Excelente propuesta para crear pertenencia, sensibilidad y disciplina en los niños y jóvenes de todas las clases sociales y que mejor en las zonas marginales ofrecerles una oportunidad positiva que los aleje de los malos hábitos. Bien por esta publicación.
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