Origen de la expresión "...ni qué ocho cuartos"
Para enfatizar un desacuerdo, utilizamos de forma constante
una frase a la que agregamos como colofón a la discusión “…ni qué ocho
cuartos”.
Con el paso de los años, el tiempo se ha encargado de borrar
las situaciones que dieron origen a esta frase. Cuando pensamos en “ocho
cuartos” se nos viene a la mente la antigua medida de la mano: la cuarta, otros
piensan en los cuartos de luz de un auto, o no falta quien piense que se trata
de los cuartos de un hotel.
Hace muchísimos años, en España existió una moneda que se
llamaba “realillo”, la cual era una moneda de uso corriente con un equivalente
de ocho cuartos de peseta. Por esa razón era conocido como “realillo de a ocho
cuartos”. Para muestra, va una antigua copla española:
Tengo que empedrar tu calle
con realillos de a ocho cuartos,
para que vayas a misa
sin romperte los zapatos.
Cuando el precio de artículos de primera necesidad superaba
los ocho cuartos, la economía popular se veía amenazada y el descontento
popular se manifestaba con grandes revueltas. En un fragmento de la obra
Granada la Bella, que Ángel Ganivet escribió en 1896, hallamos noticia de este
hecho:
“En lo antiguo, el pan era caro en pasando de ocho cuartos
la hogaza mejor o peor pesada; se sufría refunfuñando a los nueve y diez
cuartos; se insultaba al panadero al llegar a los once o doce, y en subiendo de
ese punto, venía la revolución”.
La expresión, probablemente apareció en la primera mitad del
siglo XVIII en España. La documentación más antigua conocida está en los
diálogos de un entremés llamado “La avaricia castigada”, escrito en 1761 por
Ramón de la Cruz (aportación de un lector, ver comentarios). De ahí estas
líneas:
¿Ayala amigo?
— Qué amigo, qué Ayala, ni qué ocho cuartos
Ya es otro tiempo, señores.
¡Que hasta aquí me han atisbado!
Quizá por ello, la expresión “ni que ocho cuartos” tiene
origen en una antigua formula coloquial para enfatizar un desacuerdo o
desprecio por algo, que en origen fue “que … ni qué nada”, donde ese nada lleva
una carga de menosprecio. Al paso del tiempo, el “nada” se ha substituido por
otras palabras o expresiones con tintes desdeñantes. En textos de diferentes
épocas encontramos “que … ni qué calabazas”, “que … ni qué embeleco (cosa
inútil)”, “que … ni qué haca (caballo de poca talla)”, “que … ni qué demonios”,
“que … ni qué narices”, “que … ni qué niño muerto”… en fin, de esta familia es
el “que … ni qué ocho cuartos”, que hace referencia a la moneda de ocho
cuartos, en tiempos en que, por su bajo valor adquisitivo, era tan despreciable
como el demonio, un embeleco, una haca o unas mocosas narices.
Fuente: Cápsulas de la lengua
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